Galileo Galilei.; fuente Lic. Julio A. Fernandez.Facultad de Ciencias


Galileo: el científico moderno
Extraido de la publicación del Lic Julio A. Fernandez  con motivo del Año Internacional de la Astronomia.-
Galileo Galilei (1564 - 1642)
Cuando  Bruno era quemado en la hoguera,
Galileo Galilei (1564-1642) era un joven
profesor de matemáticas de la Universidad
de Padua que apenas podía llegar a fin de
mes con su magro salario. Era un hombre
que aspiraba a mucho más, tanto desde el
punto de vista económico como
académico, propenso a la polémica, pero
que no había logrado todavía todo el
reconocimiento y prestigio deseado.
Potencial no le faltaba: buena formación
teórica, excelentes habilidades
experimentales y observacionales, un muy
buen artesano que le permitió construir sus
propios instrumentos y, para completar, un
gran comunicador y excelente polemista.
Ya a comienzos del siglo XVII era un muy
hábil físico experimental que había llevado
a cabo experimentos cruciales sobre la
caída de los cuerpos y el movimiento
parabólico de un proyectil, que
establecerían las bases de la mecánica
desarrollada por Isaac Newton varias
décadas después. Era además un
convencido copernicano. Pero todavía no
había encontrado la oportunidad de saltar
a la fama por sus investigaciones. En 1609
se le presentó finalmente la gran
oportunidad cuando llegó a sus oídos la
invención de un instrumento óptico que
permitía aumentar el tamaño de objetos
lejanos.
Este instrumento, denominado anteojo
espía, había sido desarrollado
aparentemente en Holanda un año antes.
Su nombre invocaba las posibles
aplicaciones militares, ya que el instrumento
podría servir para divisar los movimientos
de tropas o de naves enemigas cuando aun
estuvieran lejos, de modo de dar tiempo
para planificar una buena defensa.
Su curiosidad por la astronomía lo llevó a
utilizar el anteojo espía para fines científicos
y no militares. Construyó sus propios
anteojos probando con distintos juegos de
lentes que él mismo pulía, el mayor de ellos
y el que utilizó para sus memorables
descubrimientos alcanzó 21 aumentos.
Apuntando el instrumento hacia el cielo,
un mundo nuevo se abrió ante sus ojos.
Observó que la Luna, lejos de tener una
superficie lisa, presentaba accidentes como
montañas, cráteres y lo que identificó
erróneamente como “mares” (que hoy
sabemos que son depósitos de lava).
Incluso pudo determinar la altura de sus
picos montañosos por la sombra que
proyectaban.
Descubrió que Venus presentaba fases
como la Luna, lo cual se correspondía con
el sistema heliocéntrico en que la órbita de
Venus quedaba entre el Sol y la Tierra.
Observó que alrededor de Júpiter giraban
cuatro lunas o “planetas”, como Galileo
los denominó, que eran una prueba de que
la Tierra no podía ser el centro de todo el
universo como sostenían los partidarios del
sistema geocéntrico.
Lo que era también sorprendente: había
mucho más estrellas en el cielo de que las
observadas a simple vista.
Y para rematar, no sólo la Luna presentaba
una superficie “terrenal” con diversos
accidentes geográficos, el propio Sol no
era un astro inmaculado sino que, por el
contrario, presentaba manchas que se
desplazaban sobre el disco solar, lo cual
sugería que el Sol rotaba alrededor de un
eje.
Cuatro siglos después, sorprende que una
sola persona haya podido lograr un cúmulo
tan grande de descubrimientos con un
modesto instrumento que hoy se puede
comprar en cualquier comercio! Por
supuesto que Galileo no perdió un minuto
de tiempo, reunió este conjunto de
descubrimientos en un librillo que se llamo
Sidereus Nuncius (El Mensajero Sideral),
una de las obras de mayor influencia en la
historia de la ciencia.
Galileo, quien siempre estuvo envuelto en
controversias, tampoco pudo evitar estarlo
con respecto a sus descubrimientos
astronómicos. La primicia de algunos de
ellos fue reclamada por otros. Por ejemplo,
en el caso de las lunas de Júpiter, el alemán
Simon Marius alegó que había descubierto
las lunas varios meses antes que Galileo.
La disputa alcanzó los nombres propuestos
para las lunas, mientras Galileo propuso el
de lunas Mediceas, en honor de su futuro
mecenas, Cosimo II de Medici, Gran
Duque de Toscana, y sus tres hermanos, y
las llamó individualmente I, II, III y IV,
Marius propuso en cambio los nombres
de Io, Europa, Ganímedes, y Calisto,
personajes extraídos de la mitología griega,
los cuales le fueron sugeridos a Marius por
Johannes Kepler.
Es interesante que mientras que el crédito
por el descubrimiento se mantuvo para
Galileo, los nombres que finalmente se
adoptaron para las lunas fueron los
propuestos por Marius en una especie de
solución salomónica. Una disputa similar
por la primacía del descubrimiento fue con
las manchas solares, el que también fue
reclamado por el Jesuita alemán Christoph
Scheiner.
En 1611, durante una visita a Roma en que
Galileo deleitó a sus anfitriones
permitiéndoles observar a través de uno de
sus anteojos, el Príncipe Federico Cesi,
miembro de la Accademia dei Lincei
(Academia de los Linces) propuso para el
nuevo instrumento un nombre sugerido a
él por el matemático Giovanni Demisiani
que se adecuaba mejor a su uso científico.
El nombre sugerido fue el de telescopio, el
cual resultaba de la conjunción de dos
palabras griegas: tele, que significa
"distante", y skopéo, que significa "mirar".
Esta pasó a ser la palabra de uso más
común en varias lenguas occidentales.
Un hecho menos conocido de la biografía
de Galileo es que también se lo puede
considerar como el padre del microscopio,
instrumento óptico que pudo construir con
un procedimiento similar al telescopio:
experimentando con juego de lentes para
poder amplificar objetos cercanos. Su
curiosidad lo llevó no sólo a indagar lo
macro, sino también lo más pequeño y
cercano. En este sentido, son muy
ilustrativas las descripciones minuciosas de
insectos, llevadas a cabo por él mismo y
algunos de sus discípulos, lo que les
permitió comprobar la asombrosa
complejidad de estos pequeños seres.
Los años siguientes a la publicación del
Sidereus Nuncius fueron los más gloriosos
y reconfortantes para Galileo. En 1610
Cosimo lo nombra filósofo y matemático
del Gran Ducado de Toscana con un salario
mucho mayor al que tenía en esos
momentos en Padua. Con el nuevo cargo,
Galileo decide establecerse en Florencia,
en esa época un gran centro cultural.
En 1616 la marea favorable a los
descubrimientos de Galileo comienza a
revertirse, y con esto comenzarán sus
contratiempos. La Iglesia reacciona frente
a los avances de la nueva cosmología
copernicana colocando a De
Revolutionibus en el Index de libros
prohibidos. Esta es una clara advertencia
al propio Galileo para que actuara con
mayor cautela. No obstante, Galileo sigue
adelante con sus proyectos entre los cuales
sobresale una obra que confronte los
sistemas tolemaico y copernicano. En 1623,
la elección del Cardenal Maffeo Barberini,
su amigo personal, como Papa Urbano
VIII, le da confianza en que seguirá
gozando de la protección de la Iglesia. Eso
lo anima a seguir trabajando en su gran obra
que sale a la luz en 1632 con el nombre de
Diálogos sobre los dos máximos sistemas
del mundo, tolemaico y copernicano. En
dicha obra, tres personajes ficticios
Salviati, el copernicano de mente aguda
(que representa al propio Galileo),
Simplicio, el aristotélico ortodoxo de pocas
luces, y Sagredo, el árbitro imparcial,
profano en el tema pero abierto a escuchar
los argumentos en pro y en contra de
ambos sistemas. El final de esta trama es
obvio, Salviati triunfará en el debate
demoliendo al pobre Simplicio con
argumentos contundentes. La reacción de
la Iglesia no se hace esperar y Galileo es
conducido ante un tribunal de la Inquisición
en 1633. El resultado de eso juicio es bien
conocido, Galileo tuvo que abjurar del
sistema copernicano, lo que probablemente
le salvó el pellejo, no obstante lo cual fue
condenado a prisión perpetua. En realidad,
sus últimos años no los pasó en prisión,
sino recluido en lugares apartados, primero
en el Palacio del Arzobispo de Siena, y
luego en una villa cerca de Arcetri.
En resumen, podemos considerar a Galileo
en muchos aspectos como el primer
científico moderno. Su trabajo fue riguroso
y sus conclusiones se basaban en datos
observacionales o experimentales,
utilizando como herramientas a las
matemáticas. Como lo demuestran sus
gestiones para interesar a los gobiernos de
turno, trató de demostrar las aplicaciones
prácticas de un instrumento como en el
caso del anteojo espía o el estudio de la
trayectoria de una bala de cañón. En este
sentido marcó un camino: la ciencia iría
cada vez más a asociarse a las potenciales
aplicaciones tecnológicas, apartándose de
la discusión filosófica, podríamos decir del
“saber desinteresado”. Dejaría de ser la
filosofía natural como era considerada
hasta ese entonces para pasar a funcionar
en estrecha relación con la tecnología.
Es indudable que hoy en día la mayoría de
la gente entiende que la ciencia está para
solucionar problemas concretos de la
producción, la salud o el ambiente, mientras
que la cultura está más asociada a las
actividades del ser humano como el arte,
la literatura o la música. Pienso que no
debería ser así, que la ciencia sigue
formando parte de la cultura porque la
forma en que interpretamos la naturaleza
no deja de ser una creación humana. No
obstante, ese divorcio ciencia-cultura está
hoy firmemente establecido, tanto en los
medios de comunicación como en amplios
sectores académicos y políticos. Pienso
que la super-especialización del científico
actual, como opuesta a una cultura general
amplia exigida para un intelectual, fomenta
ese divorcio. Falla además en buena medida
la comunicación del científico con la
sociedad. En este sentido, son ilustrativas
las palabras del crítico literario Lionel
Trilling (citado por G. Holton, Einstein,
historias y otras pasiones, Taurus, 1998,
p.84) :
"Las concepciones operativas [de la
ciencia] son ajenas a la gran mayoría de
las personas educadas. No generan
especulación cósmica, no comprometen la
emoción ni desafían a la imaginación.
Nuestros poetas son indiferentes a ellas ..."
Este año con justicia se celebran los 400
años de un pequeño gran salto como fue
el apuntar un telescopio hacia el universo.
Esta celebración no debe hacernos olvidar
que en ese mismo año 1609 Johannes
Kepler publicó su Astronomia Nova que
se convertiría en otro hito fundamental para
que Newton desarrollara su teoría de la
mecánica. En dicha obra Kepler formulaba
dos de sus tres leyes sobre el movimiento
planetario, la primera de las cuales
enunciaba que los planetas se movían en
órbitas elípticas y no circulares como lo
prescribía la doctrina aristotélica. Ese anno
mirabilis despertó aplausos, condenas y
reflexiones sobre nuestro lugar en el
cosmos. El mundo ya no sería visto de la
misma manera. Al contrario de lo que
acontece hoy, según Trilling, los poetas y
escritores no fueron indiferentes a las
nuevas concepciones cosmológicas y así
Milton, Fontenelle y Voltaire, entre otros,
se inspiraron en ellas. Aprovechemos la
celebración de este año para rescatar y
difundir al menos parte de la fascinación y
emoción por el descubrimiento científico.
Montevideo, 17 de febrero de 2009
FUENTE : Lic. Julio A. Fernandez.
Facultad de Ciencias.Montevideo.-

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